04 diciembre 2010

La muerte de una madre.

La plaza del campamento enemigo está infestada de gente. Mucha lluvia. Los prisioneros que salían de la jaula de madera empezaban a mezclarse con los orcos, goblins y demás criaturas, formando una masa caótica. Mis flechas no paran de silbar, y solo se detienen en los cuerpos de los enemigos, enemigos que ya no volverán a levantarse.


Entre el caos aparece un ogro. Grande como un troll, fuerte como diez hombres y tan poderoso como un hechicero. Su único propósito era aportar su granito de arena al ya existente caos, lanzando sablazos a diestra y siniestra. En una de estas una mujer es alcanzada por el poderoso golpe y es lanzada por los aires contra la jaula de madera.


Se hace el silencio. En mi mundo no se oye ni el más leve murmullo. El tiempo se ralentiza, y veo como en cuerpo de la mujer cae al suelo tras impactar con los barrotes y queda inerte. El caos de la plaza ya no importa, no es importante. Lleno de furia y rabia, lanzo dos flechas casi sin pensar que aterrizan en su cuello y cabeza, y el ogro muere irremediablemente.


Giro la cabeza y me vuelvo hacia la mujer. Mis temores se cumplen; es mi madre. La sangre mancha sus ropas en la zona del golpe, y las marcas rojas demuestran que la infección está en una fase avanzada. Entre sus dedos hay una nota, también manchada de sangre. Una nota que reconocía demasiado bien, pues yo la había escrito la noche anterior. Una nota que ella había recibido hace apenas unos minutos:


"hola mamá, soy Cordrim. He venido a rescatarte, pero voy a tardar un poco. Ten fe en mí, te prometo que te voy a sacar de ahí. Me he sentido aliviado al verte viva después de casi 2 años. Te quiero"


Ni las pociones ni los tratamientos de primeros auxilios parecen hacer efecto, pero consigue recuperar el sentido para mirarme a los ojos y susurrarme al oído:
- Sabía que vendrías a rescatarme, siempre tuve fe en ti. Me alegra pasar mis últimos momentos contigo.


Y tras un profundo suspiro muere. Y todo el peso de su cuerpo cae en mis brazos. 


El resto es un recuerdo borroso. Un sentimiento de furia me invade y no dejan de silbar flechas. Se escucha a lo lejos un batir de alas y un muro de fuego atraviesa la plaza. Un brillo dorado.


Lo siguiente es el inmenso cielo. Estamos volando sobre el lomo de un dragón enorme, yo con el cadáver de mi madre entre mis brazos. Volvemos al sur, a casa.

[parece que sí tenía algunas palabras que contar...]

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